A veces he soñado, al menos, que cuando el día del juicio amanezca y los grandes conquistadores y abogados y hombres de Estado vayan a recibir sus recompensas -sus coronas, sus laureles, sus nombres grabados indeleblemente en mármol imperecedero-, el Todopoderoso se dirigirá a Pedro y dirá, no sin cierta envidia cuando nos vea venir con libros bajo nuestros brazos, “Mira, esos no necesitan ninguna recompensa. No tenemos nada que darles aquí. Les gustaba leer”. Virginia Woolf -Un cuarto propio y otros ensayos-

Me gustaría comprar todos los libros de Tolstoi y Dostoievski que ya leí pero que no tengo en mi biblioteca. También los de Daudet. Y los de Victor Hugo. A veces me pregunto qué hice con esos libros, cómo fui capaz de perderlos, en dónde los perdí. Otras veces me pregunto para qué quiero tenerlos si ya los leí, que es la forma de tenerlos para siempre. La única respuesta posible es que los quiero para mis hijos. Sé que es una respuesta tramposa: uno tiene que salir de casa a buscar los libros que lo esperan.

Roberto Bolaño

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Saturday, April 01, 2006

El caso Romand, toda una vida en el infierno

Todos mentimos en algún que otro momento de nuestras vida, la sociedad en la que vivimos nos exige enredarnos en un juego de apariencias, en las que a veces es difícil no ocultar nuestras carencias o defectos y exagerar nuestras virtudes. Pretendemos así acercarnos a modelos de éxito donde la vanidad suele ir emparejada con el dinero y la prosperidad profesional. Pero lo que en nuestro caso no suele llegar más allá de mencionar algunas medias verdades o pequeñas mentiras, en el caso de los mentirosos compulsivos una mentira lleva forzosamente a otra, y del uso de los engaños se cae rápidamente en el abuso. Dice un dicho popular “se pilla antes a un mentiroso que a un cojo”, pues bien, en algunos casos habría que decir que hay virtuosos de la farsa que no son tan fáciles de pillar: Jean-Claude Romand sin duda fue uno de esos; llenó su vida de mentiras, y cada vez que decía una, ponía un nuevo ladrillo a su alrededor en una aterradora cárcel en la que se iba metiendo y de la que cada vez le sería más difícil salir. Imaginarse la vida de que Romand llevó durante tantos años, no deja de ser la compleja representación de una tortura lenta e inmutable, porque su increíble engaño no duró unas semanas o unos meses, lo inaudito del caso Romand es que el infierno en el que se convirtió la vida de Jean-Claude Romand se sostuvo durante dieciocho años.
La mañana del 9 de enero de 1993, Jean-Claude Romand mató de un disparo primero a su esposa, después a sus dos hijos y finalmente a sus padres. Los mató porque ya no sabía como seguir mintiendo sin ser descubierto, y ante la inminente posibilidad de que su vida se derrumbara como un castillo de naipes, decidió asesinarlos para que nunca sufrieran la decepción de saberse engañados. Luego incendió la casa con la intención de suicidarse, pero el destino quiso que su suicidio quedase encuadrado en la categoría de tentativa y que la culpa le siguiese arrastrando durante el resto de sus días. El episodio conformaría uno de los casos de crónica negra que más eco haya tenido dentro de la prensa francesa, generando ríos de tinta y miles de lectores intentando asimilar uno de esos hechos que demuestran que la realidad supera a la ficción.
Hasta los trágicos hechos, Jean Claude Romand era para su familia y amigos un prestigioso médico de 38 años, que trabajaba de profesor de investigación cardiológico para la Organización Mundial de la Salud. Cada día cogía el coche y se iba a su lugar de trabajo como cualquier padre de familia y por la noche volvía de nuevo a su casa donde le esperaban su mujer y sus hijos. Pero el asunto comienza a chirriar cuando a uno se le aclara que Romand nunca pasó del segundo año de la facultad de Medicina, y que por tanto nunca trabajó como médico para la OMS. Una mentira tras otra, y una incapacidad para enfrentarse con la verdad, le llevaron a mantener la más increíble de las imposturas. ¿Y de qué vivía entonces Romand si no trabajaba de médico? Durante dieciocho años Romand vivió del dinero “prestado” por sus familiares y amigos; conseguía ganarse la confianza entre sus círculos de conocidos mostrando buenos conocimientos sobre inversiones, y una vez lo lograba, les proponía guardar sus ahorros a rendimientos más que aceptables, para que pudiesen disfrutar de cómodas jubilaciones. Dinero que el utilizaba para continuar viviendo, y que le servía para ganar algo de tiempo en un reloj que siempre jugaba en su contra. El asunto tenía irremediablemente que explotarle un día u otro, y efectivamente así sucedió cuando algunos de sus amigos y familiares decidieron reclamarle esos ahorros para comprarse algún capricho o invertirlos en algún tipo de negocio. Jean Claude Romand carente del dinero con el que llevaba manteniendo a su familia se vio acorralado; cansado de dar múltiples excusas decidió terminar con la mentira esa fatídica mañana de 1993, en las que armado con una escopeta de caza asesinó a sus seres más queridos.
Al igual que Capote mantuvo esa anómala relación con los asesinos de la familia de Clútter que le llevaría a escribir su consabido A sangre fría, el escritor Emmanuel Carrère mantuvo una correspondencia con el preso Jean Claude Romand que le llevó a escribir el que es su más conocido libro: El adversario. Un título que de alguna manera refleja esa extraña mezcla de complicidad y proximidad con el enemigo, pues como si de una partida de ajedrez se tratase, el contrincante se mantiene a apenas un metro de distancia, y sin embargo nunca podemos estar seguros de cuál será su próximo movimiento. Algo así hubiera sentido su esposa, si después de tantos años hubiera podido ver con los ojos de Wakefield un día de trabajo de su marido, verle subirse en el coche y verle a continuación parado en alguna área de servicio, sentado en su asiento con la mirada perdida esperando el lento paso de las horas.
Hace un par de años se estrenó en el Festival de Cannes la película que lleva el mismo título que el libro, aunque la película pasase sin pena ni gloria por los cines españoles, habría que destacar el trabajo de su actor principal Daniel Auteuil, y la sutileza del hilo narrativo que perfila con bastante acierto el abismo al que Romand se veía abocado. Esta última versión fue rodada por la actriz y cineasta Nicole García, pero el caso Romand resulta tan perturbador que son otras también las películas se han inspirado en esos hechos, desde la adaptación española “La vida de nadie” rodada por Eduard Cortés y con José Coronado como protagonista; la también francesa “El empleo del tiempo” de Laurent Cantet, o la comedia de Chiqui Carabantes “Carlos contra el mundo”, donde si bien no es una adaptación fiel, si que encontramos múltiples referencias al caso Romand, pues narra una vida ficticia de un joven que para eludir las responsabilidades con las que le apremia su familia, se inventa un empleo y cada mañana sale desde su casa con traje dispuesto a cumplir una jornada laboral imaginaria.
Vidas edificadas desde las mentiras, que destapan los interiores viciados de lo que Guy Debord denominó como La Sociedad del Espectáculo. Películas que reflejan ambientes asfixiantes porque son el puro reflejo de algunos de nuestros más temidos temores: el temor a perder un trabajo; el temor a convertirse en un paria ante el resto de la sociedad. Parece que irremediablemente nos movemos en una sociedad de apariencias, donde el mito de que la verdad no hará libres, sólo esta al alcance de unos pocos. Una sociedad donde el papel de los verdugos se confunde fácilmente con el de las víctimas. Oímos que tal persona defrauda al Estado y lo criticamos, y luego sólo hace falta que tengamos la oportunidad para que nosotros mismos nos transformemos en estafadores. Sea como sea, si de algo estoy seguro, es que tendremos que comenzar a acostumbrarnos a la aparición intermitente en las páginas de sucesos de otros casos como el de Jean Claude Romand.

Saturday, February 01, 2003

Caníbales o hambrientos de arte

Hace unas semanas un desconocido artista chino conseguía alcanzar su cuota de efímera fama, al trascender una serie de fotografías suyas a los medios de comunicación internacionales. Las fotografías eran el adelanto de un reportaje sobre la vanguardia artística de Pekín, que la cadena británica Channel 4 emitía días después. El programa consiguió una notable audiencia de más de un millón de espectadores, además de la publicidad previa que se desencadenó tras la emisión de algunas de las imágenes del reportaje. La polémicas fotografías en las que se centró la discusión mostraban al artista Zhu Yu mordiendo diversas partes de un feto humano.
El documental, titulado “Beijing Swings” (Pekín se mueve), presentado por el crítico de arte del periódico The Sunday Times, Waldemar Januszczak seguía la tónica de los reportajes sensacionalistas que ha adoptado dicha cadena británica. Semanas antes, ya se había creado una similar polémica al emitirse desde la misma cadena, la transmisión de una autopsia en directo. Tal controversia nos recuerda otra vez, la dificultad de decidir si el arte tiene límites y si los tiene ¿cuáles son?.
Esta nueva tendencia en el arte chino corresponde al llamado “shock art” (arte extremo), pariente cercano de la performance y del hapenning. Sus creadores surgidos bajo la censura del régimen comunista chino, ofrecen un arte impactante cuyo lema es hacer un arte que carezca de cualquier tipo de límites.
El artista de 32 años Zhu Yu, natural la provincia de Sichuan, se dio a conocer en la tercera edición de la bienal de Shangai celebrada en abril del 2000, al provocar el pasmo de tanto organizadores como visitantes que presenciaron como en su función “Obsesión con el sufrimiento” se zampaba cabizbajo distintos trozos del cuerpo de un feto humano. Como consecuencia el Gobierno de la República Popular China, indignado por esta clase de representaciones artísticas, ha prohibido las que muestren un carácter sangriento, erótico o violento; llegando a amenazar con penas de entre tres y diez años a los que se atrevan a transgredir el impuesto código ético.
Otra consecuencia –aunque esta vez totalmente involuntaria- de la representación caníbal del artista chino, es la circulación por internet de un nuevo hoax (e-mail que por su contenido, y su continuo reenvío entre amigos llega a propagarse de la misma forma con que lo hace un virus computacional), en el que se incluían algunas de las fotografías del artista chino, y una nota en la que se afirmaba que en China, Japón y Taiwan se estaba consumiendo carne humana. Algunos de estos gobiernos se han apresurado a desmentir dicha información, denunciando el prejuicio que estaba causando esa falsa noticia en la imagen de su país.
Podríamos decir que actualmente el canibalismo está erradicado de todo el mundo. Únicamente se dan brotes en el caso puntual de los psicópatas asesinos, que de tanto en tanto atacan con saña nuestra moralidad, agazapados desde las páginas de sucesos. Asesinos caníbales, atraídos hacia la feroz práctica de algunas culturas primitivas, o como decía Freud, ejercida por nuestros más lejanos ancestros en la época de la horda primitiva. Los ejes en los que rota esa perversa atracción son las relaciones de poder, la consumación de la muerte, y la perduración de ésta en la vida del temerario engullidor.
El canibalismo a diferencia de la antropofagia –que es consecuencia únicamente de una escasez extrema de alimentos-, es un acto que se ha dado especialmente en culturas primitivas y que tiene un elevada connotación ritual. El consumir carne humana se convierte en una forma de asimilar algunas de las cualidades del fenecido. Así, algunas tribus del sureste de África comían el hígado del enemigo muerto valientemente en combate, pues lo consideraban como la víscera donde radicaba el valor, para adquirir la inteligencia de un guerrero enemigo se comían sus orejas, y para asimilar su fuerza se comían sus testículos. En otros pueblos el símbolo del valor es el corazón. Por eso, en el Nuevo Mundo algunas de las civilizaciones precolombinas abrían el pecho de los conquistadores españoles muertos o capturados en combate, y con afilados cuchillos de piedra les arrancaban los corazones, que luego ofrecían a la divinidad del Sol. A continuación, devoraban a sus víctimas en banquetes especiales, a los que asistían los amigos del que había ofrecido el sacrificio.
La alta carga ritual del canibalismo aún perdura en nuestros subconscientes, y es por eso que cualquier manifestación artística que incluya esta práctica, provoca una mezcla de repulsivo rechazo y atrayente morbosidad
En uno de los murales que pintó Goya conocidos como las pinturas negras y que decoraban algunas de las salas de su madrileña casa (La llamada Quinta del Sordo), podemos apreciar la inquietante pintura que lleva el nombre Saturno devorando a su hijo y en la que aparece el dios romano Saturno (Cronos para los griegos), quien había hecho un pacto con su hermano Titán para devorar al nacer todos hijos que tuviera con su esposa Cibeles, puesto que uno de ellos acabaría destronándole. En la pintura se muestra a un Saturno de contornos difusos y desproporcionados, con unos ojos forzadamente abiertos y llenos de locura, con una desaliñada melena grisácea que le cae por los hombros, con la espalda encorvada por el peso de su vejez, y con una enorme boca abierta de la que cuelga el brazo de un cuerpo mutilado y bañado en sangre.
Una de las referencias literarias más conocidas en relación al canibalismo es el manifiesto irónico de Jonathan Swift, titulado como Una modesta proposición en el cual de forma irónica denunciaba la existencia de niños mendigando por las calles de Dublín, y como solución a los niños que no pueden ser mantenidos por sus padres, Swift proponía criarlos hasta la edad de un año, que es la edad en la que el bebé sólo necesita alimentarse de leche materna, para después ser vendidos como alimento, puesto que “un tierno niño sano y bien criado constituye al año de edad el alimento más delicioso, nutritivo y saludable, ya sea estofado, asado, al horno o hervido; y no dudo que servirá igualmente en un fricasé o en un ragout”. Pudiendo el gobierno entonces despreocuparse de los niños pobres irlandeses.
Si pese a la atrocidad que se desprende tanto de la pintura de Goya, como del panfleto de Swift, son ahora consideradas como algunas de sus obras más bellas y majestuosas, habría que preguntarse si no sucederá lo mismo dentro de unas décadas con las fotografías extremas del artista Zhu Yu.
La cuestión es que desde la entrada del controvertido arte conceptual en el mundo artístico moderno, el objeto ha perdido la hegemonía del arte, cediendo parte de su espacio a otras modalidades artísticas donde prima la intención del artista, y la experiencia particular que ésta crea ante el público. Zhu Yu buscaba conmover con su arte sensacionalista al mundo occidental, y lo consiguió. Y no deja de ser éste más que otro síntoma de la corriente artística moderna, donde proliferan la creación de nuevos museos de arte contemporáneo, y saltan a la palestra los artistas que ofrecen las propuestas más impactantes o sensacionalistas. En el ámbito internacional destaca la Documenta de Kassel, que parece haberse especializado en la búsqueda de este tipo de artistas no convencionales.
Evitando caer en rápidas censuras, habría que preguntarse si Zhu Yu no traspasó la línea de lo que puede considerarse como arte. Preguntado por su obra el artista caníbal respondía: "No hay ninguna religión que prohiba el canibalismo. Tampoco hay ninguna ley que nos impida comer gente. Yo he aprovechado este espacio entre la moralidad y la ley” o “Lo hice por amor al arte”, que recuerdan aquellas otras que se popularizaron después de que Truman Capote publicara In Cold Blood (A Sangre fría) que decían: “Todo asesinato es una obra de arte a la que sólo le falta el escritor”. Sin embargo, la diferencia es que aunque no lo crea Zhu Yu, si que está vulnerando lo que marcan la mayoría de las legislaciones penales, pues únicamente habría vacío legal si la víctima hubiera dado su consentimiento para ser parte del festín -que no es el caso-, ¡Y que decir de la condena enérgica que muestran la mayoría de las religiones frente a tal acto brutal! A veces se alega que la eucaristía cristiana es un mero acto caníbal, pero eso significa simplificar demasiado y despojar totalmente a Jesús de su naturaleza divina, pues cuando éste hablaba del pan de la vida como su carne, y del vino como su sangre, lo que estaba era reafirmando su naturaleza divina y el alimento que significa la fe en el creyente.

Miller, encuentros y desencuentros

Henry Miller es uno de esos escritores que más huella acostumbran a dejar entre aquellos jóvenes que se sienten rebeldes y aquellos no tan jóvenes que odian anudarse la corbata. Encumbrado por los inadaptados de la generación Beat e incomprendido por la critica más puritana. Miller responde a esa clase de escritores de corte individualista que adoptan una postura de enfrentamiento contra la sociedad en la que viven.
Nacido en Nueva York en 1891, muy pronto decidirá que sus sueños no se correspondían a la vida a que estaba tocado a adecuarse. Cruzará el océano decidido a romper con su pasado y convertirse en escritor. Llegará a París con únicamente diez dólares en el bolsillo. Continuos cambios de empleo y una constante lucha por su subsistencia que le llevará a formar parte de la colonia de anónimos bohemios que deambulaban por los barrios artísticos de Montmartre y Montparnasse. A partir de entonces desarrollará una vida llena de dificultades que le alejará completamente de posturas cómodas o cotidianas; huyendo de horarios y sueldos fijos; encontrando la inspiración al mezclarse entre el bullicio de las calles; arrimándose a otros artistas errantes, a sabios villanos, y a delincuentes de poca monta.
En su último libro El libro de mis amigos, Miller homenajeaba a todos aquellos amigos que habían sido fundamentales en su vida. La mayoría eran seres anónimos, seres de la calle que no pertenecían a los ambientes culturales. Sólo algunas de sus amistades podrían catalogarse como conocidas, entre éstas, estarían sin duda los escritores Lawrence Durrell y Anaïs Nin.
Durrell es particularmente famoso por su Cuarteto de Alejandría, y en especial por el primero de los volúmenes: Justine, cuya protagonista, tal como el personaje sadiano, se encargará de buscar el placer como forma plena de aprendizaje. El libro destaca por la bellas imágenes con las que se describe la ciudad de Alejandría y por su alto contenido erótico. La obra más conocida de Anaïs es Delta a Venus, un libro que sería considerado por las feministas como una declaración de principios en la liberación sexual femenina. Y en el cual, Anaïs trabajó escribiendo historias cargadas de erotismo. El argumento es el de una chica escritora que trabaja bajo el mecenazgo de un excéntrico millonario y que éste le paga un dólar por cada página escrita. Tras su publicación se ha ido alimentando la leyenda de que ésta era en realidad una historia autobiográfica.
Miller conoció a Anaïs Nin en su estancia en París, durante su segundo viaje a Europa, en el año 1931. Años después mantuvieron ambos una intensa relación triangular con la mujer de Miller, June Mansfield. Al británico Durrell lo conoció en 1937, una amistad que se fue afianzando tras el paso de los años. Miller incluso vivió como invitado durante un año en la casa que Durrell tenía con su esposa en la isla griega de Corfú. Vivencias que le sirvieron luego, para escribir El Coloso de Marusi (1941). Tanto con Durrell como con Anaïs mantuvo prolíficas relaciones epistolares, que posteriormente fueron recopiladas y publicadas.
Esta triada de pluma rebelde destacó por abordar crudamente el tema del erotismo desde sus libros. Miller afirmaba que éste, era consecuencia del ejercicio desbocado del amor; era como alcanzar un grado de espiritualidad máxima. Anaïs en cambio, supo cubrir ese erotismo con velos transparentes de misterio, provocados por los arraigos y desarraigos del autoconocimiento. Durrell teorizó sobre el placer como búsqueda. Los tres escritores previamente habían sido influenciados por el escritor británico D. H. Lawrence, y su novela El amante de lady Chatterley, donde se narran las relaciones sexuales entre una mujer y el guardabosques de su noble esposo. Miller y Anaïs habían comenzado sendos ensayos sobre éste. El de Anaïs se publicó en 1932 con el nombre D. H. Lawrence: An Unprofesional Study; mientras que el de Miller se editó con el nombre de World of Lawrence en 1979 (lo que había comenzado como un simple ensayo en 1933 y con el que Miller bromeó durante el resto de su vida, pues estuvo a punto de no terminarlo nunca).
Estos encuentros entre Henry Miller, Anaïs Nin y Lawrence Durrell lo que hacen es reafirmar la conocida frase de Borges que decía que cada escritor crea a sus propios precursores. Los encuentros entre los tres escritores fueron en parte casuales, y en parte buscados por cada uno de ellos, de tal manera que los tres buscaban compartir y desarrollar una nueva forma de escritura, en que se primara el impulso vital, y donde el erotismo no fuese censurado. Así, con un poco de suerte, era inevitable que antes o después dichos escritores se acabasen conociendo.
Leyendo los libros autobiográficos que se realizaron a partir de conversaciones con Henry Miller, el de Bradley Smith Mi vida y mi tiempo y el de Christian de Bartillat Conversaciones con Henry Miller sorprende sin embargo una ausencia entre sus influencias. Sorprende que en ningún momento Miller nombrara al pintor Balthus, aunque el motivo fuese posiblemente que esa misma casualidad que hizo que se acercara a Anaïs y a Durrell, fuera también la que impidió que se cruzara con Balthus. Los dos artistas coincidieron en París durante la década de los 30, pero en aquella época París era un hervidero de artistas, con el dadaismo y el surrealismo en pleno auge. Además, tanto Miller como Balthus se mantuvieron siempre independientes a aquellos círculos artísticos, por los que sus influencias fueron bastante particulares.
Miller siempre tuvo un interés especial hacia la pintura, él mismo presumía de haber llegado a pintar varios millares de acuarelas. Y es que, únicamente tras la perdida de visión del ojo derecho en sus últimos años, dejó de pintar. Decía que para él escribir era trabajar mientras que pintar significaba en cambio jugar. La relación de Miller con la pintura fue siempre muy estrecha: expuso la primera vez sus acuarelas en 1927, en Greenwich Village; en los momentos de penuria económica las acuarelas llegarían a servirle como tabla de salvación al ser canjeadas por comida, ropa o incluso las cuentas del dentista. Miller publicó también un libro dedicado a la pintura Pintar es volver a amar (1960).
El escritor, preguntado por sus gustos sobre pintura, exponía sus preferencias: Hans Reichel, Paul Klee, John Martin, Picasso, George Grosz, Marc Chagall, etc, pero nunca Balthus. ¿Y por qué debería de estar Balthus? Porque Balthus fue a la pintura lo que durante esos años Miller fue a la escritura.
Balthus, nacido en París en 1908, cuyo nombre verdadero era Balthazar Klossowski de Rola, descendía de un linaje aristocrático. Se caracterizó por una pintura muy realista, llena de vida y erotismo. Durante muchos años se le criticó el uso de jovencitas para sus cuadros, a lo que él siempre contestó que su búsqueda artística iba encarrilada hacia encontrar la pureza y la belleza, y éstas características eran especialmente notorias en las jóvenes lolitas, que utilizaba como modelos.
Tanto Miller como Balthus sufrieron la dura crítica norteamericana por su elevado erotismo. Miller sufrió la censura y durante treinta años la publicación y venta de sus dos Trópicos fue prohibida en los Estados Unidos, las ediciones originales en inglés publicadas en Francia serían un bien muy buscado para aquellos norteamericanos que pasaban por Francia. Pero también allí, tras la publicación de Sexus se formó un gran escándalo: fue interrogado por un tribunal parisino con la posibilidad de que se le abriera un proceso penal, del que finalmente fue absuelto. Balthus por su parte, protagonizó un duro enfrentamiento contra los críticos norteamericanos que le colgaron la etiqueta de pintor pornográfico y que incluso llegaron a acusarle de pedofilia.
Curiosamente, tanto Miller como Balthus declararon que su arte era un canto a la libertad, a la vida y a la belleza; que el erotismo era sólo una consecuencia de sus obras. Ambos, a lo largo de su vida se desvincularon una y otra vez de estar haciendo arte pornográfico, e incluso los dos confesarían en sus escasas entrevistas, que éste no sólo no les estimulaba sino que les aburría. Otro dato anecdótico que parece unir a ambos artistas, es su atracción hacia las culturas orientales. A Miller le gustaba leer sobre el budismo zen, sobre la China, el Tibet y el arte Japonés. Balthus viajó varias veces al Japón. Se da la casualidad de que ambos se casaron en 1967 con mujeres japonesas, a las que superaban en varias decenas de años. Balthus se casó con Setsuko Ideta, siendo esta su segunda esposa mientras que Miller se casaría en su quinto matrimonio con la pianista japonesa Hoki Tokuda, un matrimonio que se rompería diez años después, aunque ya nunca volvería a divorciarse. Su último gran amor correspondería a la actriz Brenda Venus a la cual dedicaría los últimos años de su vida, muy menguado físicamente, pero dotado con la misma intensidad vital que tenía durante los años locos de París.

La curiosidad mató a Eva

Antoine es un hombre que durante años se ha dedicado cultivarse en múltiples campos, pero que sin embargo se siente tremendamente infeliz. Un día llega a la conclusión de que la causa de su infelicidad es precisamente el exceso de sabiduría. A partir de esta perversa iluminación el protagonista hará una carrera a la inversa, en la que buscará deshacerse de su exceso de conocimiento, para así ser capaz de gozar de la vida. El argumento corresponde al libro Cómo me convertí en un estúpido, del escritor francés Martin Page, el cual utiliza como base de su razonamiento, la conocida sentencia que la Biblia mostrada en el Eclesiastés 1:18, que dice: “Porque donde hay mucha ciencia hay mucha molestia, y creciendo el saber crece el dolor”.
Al igual que Page, podríamos plantearnos la verdad de tal expresión; la sabiduría popular mantiene vivo el dicho: “La ignorancia es la madre de la felicidad”, y son muchos los filósofos y pensadores que han asimilado tal pensamiento. Erasmo de Rotterdam en su conocido Elogio a la locura, también llamado -y con mejor fortuna- como Elogio a la estulticia, nos explica que la sabiduría es la raíz de todos los males. Sin embargo el debate no plantea soluciones fáciles, pues si analizamos el enunciado, de entrada nos topamos con un concepto tan volátil como es la felicidad, y la ambigüedad que presentan sus definiciones ¡difícil caminar sobre esta ansiada felicidad con los pies correctamente asentados sobre el suelo! Basta con decir, que mientras para muchos sigue siendo el conocimiento la forma válida para encontrar una parte de la felicidad, para otros el mantener la vista concentrada unos minutos sobre un simple libro, puede significar la mayor de las torturas.
En la Biblia podemos encontrar otro caso, aún más célebre donde se refleja el problema de la búsqueda del conocimiento. Hablamos de la escena del Génesis, donde Adán y Eva son expulsados por morder el fruto del Arbol de la Ciencia del Bien y del Mal. En el antiguo Egipto esta expresión del Bien y del Mal era utilizada como sinónimo del conocimiento que lo incluía todo; un conocimiento que se obtendría mediante la postulación de oposiciones. En la Biblia se le llama también el Arbol de la Verdad, y según los teólogos era de éste, del que dependía la felicidad.
El relato de la expulsión del paraíso, correspondido especularmente con el mito de Pandora, explica como la serpiente tienta a Eva, ofreciéndole el fruto del árbol prohibido; para ello le dice que el día que tomen de ese fruto, será el día en que ellos abrirán los ojos, y entonces serán conocedores del bien y del mal. La serpiente termina su discurso afirmando la no menos preocupante y misteriosa coletilla: cuando tomen el fruto prohibido llegarán también a ser como Dios. Aunque no lleguemos a fiarnos de la palabra viperina de la serpiente, lo que queda patente desde un principio, es que Dios ya era conocedor de la diferencia entre el bien y el mal, pues a fin de cuentas él había creado el jardín del Edén: “Hizo Yavé Dios brotar en él de la tierra toda clase de árboles hermosos a la vista y sabrosos al paladar y el árbol de la vida, y en el medio del jardín el árbol de la ciencia del bien y del mal” (Génesis 2:9). ¿Por qué Dios castigó a Adán y Eva, si éstos desconocían el mal que conllevaba desobedecerle? Siguiendo por este hilo de razonamiento, podríamos llegar a plantearnos la infelicidad de Dios, fruto de su conocimiento del bien y del mal.
Eva tentada por la curiosidad de alcanzar la sabiduría; viendo el fruto hermoso y apetecible; cede ante el engaño de la serpiente. Arrastra también en la cata gastronómica a Adán, llevándolo hacia la perdición, como también al resto de la humanidad, que llevará desde entonces grabada en la piel la vergüenza del pecado original. Por no mencionar el inoportuno sambenito que le ha sido colgado a la mujer desde tiempos ancestrales, como poseedora de una malsana curiosidad.
En el relato del Edén, lo que Dios estaría condenando es la codicia de una sabiduría alejada de su presencia. Son abundantes los casos en los que la Biblia hace referencia a la sabiduría, incluso uno de los libros del Viejo Testamento se titula así. Pero conviene aclarar, que la mayoría de esas referencias vienen ligadas a un conocimiento de tipo espiritual. La sabiduría es por tanto una manera de acercarse a Dios. En la Biblia hay muchas páginas que explican la sabiduría de Salomón y la historia de su buen reinado. Sin embargo, ésta es referida en el sentido del que antes hablábamos, por lo que la grandeza y la sabiduría del rey, y por ende su justicia, tendría su originen en el poder de Dios.
Las virtudes que se atribuyen a la obtención de esta sabiduría son en consecuencia de tipo moral: templanza, prudencia, justicia, fortaleza, y disciplina. Las referencias hacia una sabiduría laica (las apariencias sensibles de las que hablaba Santo Tomás), volcada hacia el mundo son más escasas e incluso negativas, como en Corintios 1:17-1:31. En estos casos, esta sabiduría terrenal queda despojada de valor frente a la importancia de la sabiduría celestial. Las Sagradas Escrituras parecen decantarse hacia la figura de ese tonto feliz, al intentar desmarcarse de otros tipos de sabiduría de la época. Las escuelas griegas por ejemplo, son menospreciadas en la Biblia -durante siglos también por la misma Iglesia-, por ofrecer en sus enseñanzas una sabiduría distinta a la cristiana.
A lo largo de la historia, muchos científicos han causado profundas fisuras en la interpretación de la Biblia: Copérnico y Galileo se encontraron con la dura oposición de la Iglesia hacia sus teorías heliocéntricas, Darwin desmontó el mito de la creación con su evolucionismo, etc. En la actualidad, escritores con vocación científica como Sagan y Asimov han opinado que existe una fuerte contradicción entre el pensamiento cristiano y la ciencia o la filosofía.
Es demasiado tentador intentar ampliar el concepto de la religión cristiana, al de todas las otras religiones. El teólogo liberal Adolf Harnack afirmaba que conocer una religión profundamente, significaba conocer a todas las demás. Históricamente las religiones parecen haber surgido en las culturas donde ha habido una mayor diferenciación entre mente humana y entorno natural. Habría que preguntarse entonces, si esa separación espíritu-materia es causa o consecuencia en la creación de una religión. El famoso aforismo de Mao que tildaba a la religión como el opio del pueblo, promueve la idea de que la religión se crea como solución a la angustia vital que siente el hombre; el vacío que se desprende al ir hacia la búsqueda de un conocimiento imposible de alcanzar. La religión actuaría en este caso como un tapón ante la infelicidad que nos ofrece esa búsqueda infinita; esa condena a la libertad de elegir entre comer o no comer la manzana prohibida.
Soluciones a este enfrentamiento entre el conocimiento racional y la religión, se dan desde la misma religión. Los hebreos utilizan el concepto “Tsimtsum”, para explicar una posible y buscada autolimitación de Dios. El creador hace el universo, y en su omnipotencia decide retirarse para dejar el mundo a su libre albedrío. La procesión en este caso se lleva por dentro, y como consecuencia pierden valor las acciones hechas por mandato divino.
La Iglesia sigue atribuyendo la veracidad total en las palabras volcadas sobre la Biblia. Los posibles errores son siempre consecuencia de las deficiencias en la interpretación y la traducción de los amanuenses. Si recordamos que la Biblia no se corresponde con un todo uniforme, sino que es la suma de un compendio de libros, que han sido elegidos como canon entre otros muchos, que por ello ostentan la calidad de apócrifos; recordamos que las ideas que se reflejan en sus páginas son múltiples y a veces llegan a ser hasta contradictorias; recordamos las dificultades de traducción que tiene un texto de tal antigüedad; recordamos el característico y bello sentido metafórico. Tal vez entonces, encontremos el verdadero sentido de la Biblia, huyendo un poco de las palabras y las verdades absolutas, y refugiándonos en los corazones e incluso en las pequeñas mentiras.
Existe un pequeño juego de niños, originado seguramente por las abuelas de nuestras abuelas. Se basa en la adivinación del futuro por medio de la Biblia. Si formulamos una pregunta y a continuación abrimos azarosamente el libro por alguna de sus páginas; dejamos resbalar la yema del dedo hasta detenerlo en alguna de sus líneas, señalando una palabra, una frase, un versículo, o una parábola; comprobaremos que si se tiene algo de imaginación, es fácil adecuar una respuesta a nuestra pregunta previa. Pues como dijo Jesús a sus discípulos: “A vosotros ha sido conocer los misterios del reino de Dios; a los demás sólo en parábolas, de manera que viendo no vean, y oyendo no entiendan” (San Lucas 8: 10).