A veces he soñado, al menos, que cuando el día del juicio amanezca y los grandes conquistadores y abogados y hombres de Estado vayan a recibir sus recompensas -sus coronas, sus laureles, sus nombres grabados indeleblemente en mármol imperecedero-, el Todopoderoso se dirigirá a Pedro y dirá, no sin cierta envidia cuando nos vea venir con libros bajo nuestros brazos, “Mira, esos no necesitan ninguna recompensa. No tenemos nada que darles aquí. Les gustaba leer”. Virginia Woolf -Un cuarto propio y otros ensayos-

Me gustaría comprar todos los libros de Tolstoi y Dostoievski que ya leí pero que no tengo en mi biblioteca. También los de Daudet. Y los de Victor Hugo. A veces me pregunto qué hice con esos libros, cómo fui capaz de perderlos, en dónde los perdí. Otras veces me pregunto para qué quiero tenerlos si ya los leí, que es la forma de tenerlos para siempre. La única respuesta posible es que los quiero para mis hijos. Sé que es una respuesta tramposa: uno tiene que salir de casa a buscar los libros que lo esperan.

Roberto Bolaño

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Saturday, February 01, 2003

La curiosidad mató a Eva

Antoine es un hombre que durante años se ha dedicado cultivarse en múltiples campos, pero que sin embargo se siente tremendamente infeliz. Un día llega a la conclusión de que la causa de su infelicidad es precisamente el exceso de sabiduría. A partir de esta perversa iluminación el protagonista hará una carrera a la inversa, en la que buscará deshacerse de su exceso de conocimiento, para así ser capaz de gozar de la vida. El argumento corresponde al libro Cómo me convertí en un estúpido, del escritor francés Martin Page, el cual utiliza como base de su razonamiento, la conocida sentencia que la Biblia mostrada en el Eclesiastés 1:18, que dice: “Porque donde hay mucha ciencia hay mucha molestia, y creciendo el saber crece el dolor”.
Al igual que Page, podríamos plantearnos la verdad de tal expresión; la sabiduría popular mantiene vivo el dicho: “La ignorancia es la madre de la felicidad”, y son muchos los filósofos y pensadores que han asimilado tal pensamiento. Erasmo de Rotterdam en su conocido Elogio a la locura, también llamado -y con mejor fortuna- como Elogio a la estulticia, nos explica que la sabiduría es la raíz de todos los males. Sin embargo el debate no plantea soluciones fáciles, pues si analizamos el enunciado, de entrada nos topamos con un concepto tan volátil como es la felicidad, y la ambigüedad que presentan sus definiciones ¡difícil caminar sobre esta ansiada felicidad con los pies correctamente asentados sobre el suelo! Basta con decir, que mientras para muchos sigue siendo el conocimiento la forma válida para encontrar una parte de la felicidad, para otros el mantener la vista concentrada unos minutos sobre un simple libro, puede significar la mayor de las torturas.
En la Biblia podemos encontrar otro caso, aún más célebre donde se refleja el problema de la búsqueda del conocimiento. Hablamos de la escena del Génesis, donde Adán y Eva son expulsados por morder el fruto del Arbol de la Ciencia del Bien y del Mal. En el antiguo Egipto esta expresión del Bien y del Mal era utilizada como sinónimo del conocimiento que lo incluía todo; un conocimiento que se obtendría mediante la postulación de oposiciones. En la Biblia se le llama también el Arbol de la Verdad, y según los teólogos era de éste, del que dependía la felicidad.
El relato de la expulsión del paraíso, correspondido especularmente con el mito de Pandora, explica como la serpiente tienta a Eva, ofreciéndole el fruto del árbol prohibido; para ello le dice que el día que tomen de ese fruto, será el día en que ellos abrirán los ojos, y entonces serán conocedores del bien y del mal. La serpiente termina su discurso afirmando la no menos preocupante y misteriosa coletilla: cuando tomen el fruto prohibido llegarán también a ser como Dios. Aunque no lleguemos a fiarnos de la palabra viperina de la serpiente, lo que queda patente desde un principio, es que Dios ya era conocedor de la diferencia entre el bien y el mal, pues a fin de cuentas él había creado el jardín del Edén: “Hizo Yavé Dios brotar en él de la tierra toda clase de árboles hermosos a la vista y sabrosos al paladar y el árbol de la vida, y en el medio del jardín el árbol de la ciencia del bien y del mal” (Génesis 2:9). ¿Por qué Dios castigó a Adán y Eva, si éstos desconocían el mal que conllevaba desobedecerle? Siguiendo por este hilo de razonamiento, podríamos llegar a plantearnos la infelicidad de Dios, fruto de su conocimiento del bien y del mal.
Eva tentada por la curiosidad de alcanzar la sabiduría; viendo el fruto hermoso y apetecible; cede ante el engaño de la serpiente. Arrastra también en la cata gastronómica a Adán, llevándolo hacia la perdición, como también al resto de la humanidad, que llevará desde entonces grabada en la piel la vergüenza del pecado original. Por no mencionar el inoportuno sambenito que le ha sido colgado a la mujer desde tiempos ancestrales, como poseedora de una malsana curiosidad.
En el relato del Edén, lo que Dios estaría condenando es la codicia de una sabiduría alejada de su presencia. Son abundantes los casos en los que la Biblia hace referencia a la sabiduría, incluso uno de los libros del Viejo Testamento se titula así. Pero conviene aclarar, que la mayoría de esas referencias vienen ligadas a un conocimiento de tipo espiritual. La sabiduría es por tanto una manera de acercarse a Dios. En la Biblia hay muchas páginas que explican la sabiduría de Salomón y la historia de su buen reinado. Sin embargo, ésta es referida en el sentido del que antes hablábamos, por lo que la grandeza y la sabiduría del rey, y por ende su justicia, tendría su originen en el poder de Dios.
Las virtudes que se atribuyen a la obtención de esta sabiduría son en consecuencia de tipo moral: templanza, prudencia, justicia, fortaleza, y disciplina. Las referencias hacia una sabiduría laica (las apariencias sensibles de las que hablaba Santo Tomás), volcada hacia el mundo son más escasas e incluso negativas, como en Corintios 1:17-1:31. En estos casos, esta sabiduría terrenal queda despojada de valor frente a la importancia de la sabiduría celestial. Las Sagradas Escrituras parecen decantarse hacia la figura de ese tonto feliz, al intentar desmarcarse de otros tipos de sabiduría de la época. Las escuelas griegas por ejemplo, son menospreciadas en la Biblia -durante siglos también por la misma Iglesia-, por ofrecer en sus enseñanzas una sabiduría distinta a la cristiana.
A lo largo de la historia, muchos científicos han causado profundas fisuras en la interpretación de la Biblia: Copérnico y Galileo se encontraron con la dura oposición de la Iglesia hacia sus teorías heliocéntricas, Darwin desmontó el mito de la creación con su evolucionismo, etc. En la actualidad, escritores con vocación científica como Sagan y Asimov han opinado que existe una fuerte contradicción entre el pensamiento cristiano y la ciencia o la filosofía.
Es demasiado tentador intentar ampliar el concepto de la religión cristiana, al de todas las otras religiones. El teólogo liberal Adolf Harnack afirmaba que conocer una religión profundamente, significaba conocer a todas las demás. Históricamente las religiones parecen haber surgido en las culturas donde ha habido una mayor diferenciación entre mente humana y entorno natural. Habría que preguntarse entonces, si esa separación espíritu-materia es causa o consecuencia en la creación de una religión. El famoso aforismo de Mao que tildaba a la religión como el opio del pueblo, promueve la idea de que la religión se crea como solución a la angustia vital que siente el hombre; el vacío que se desprende al ir hacia la búsqueda de un conocimiento imposible de alcanzar. La religión actuaría en este caso como un tapón ante la infelicidad que nos ofrece esa búsqueda infinita; esa condena a la libertad de elegir entre comer o no comer la manzana prohibida.
Soluciones a este enfrentamiento entre el conocimiento racional y la religión, se dan desde la misma religión. Los hebreos utilizan el concepto “Tsimtsum”, para explicar una posible y buscada autolimitación de Dios. El creador hace el universo, y en su omnipotencia decide retirarse para dejar el mundo a su libre albedrío. La procesión en este caso se lleva por dentro, y como consecuencia pierden valor las acciones hechas por mandato divino.
La Iglesia sigue atribuyendo la veracidad total en las palabras volcadas sobre la Biblia. Los posibles errores son siempre consecuencia de las deficiencias en la interpretación y la traducción de los amanuenses. Si recordamos que la Biblia no se corresponde con un todo uniforme, sino que es la suma de un compendio de libros, que han sido elegidos como canon entre otros muchos, que por ello ostentan la calidad de apócrifos; recordamos que las ideas que se reflejan en sus páginas son múltiples y a veces llegan a ser hasta contradictorias; recordamos las dificultades de traducción que tiene un texto de tal antigüedad; recordamos el característico y bello sentido metafórico. Tal vez entonces, encontremos el verdadero sentido de la Biblia, huyendo un poco de las palabras y las verdades absolutas, y refugiándonos en los corazones e incluso en las pequeñas mentiras.
Existe un pequeño juego de niños, originado seguramente por las abuelas de nuestras abuelas. Se basa en la adivinación del futuro por medio de la Biblia. Si formulamos una pregunta y a continuación abrimos azarosamente el libro por alguna de sus páginas; dejamos resbalar la yema del dedo hasta detenerlo en alguna de sus líneas, señalando una palabra, una frase, un versículo, o una parábola; comprobaremos que si se tiene algo de imaginación, es fácil adecuar una respuesta a nuestra pregunta previa. Pues como dijo Jesús a sus discípulos: “A vosotros ha sido conocer los misterios del reino de Dios; a los demás sólo en parábolas, de manera que viendo no vean, y oyendo no entiendan” (San Lucas 8: 10).

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