El caso Romand, toda una vida en el infierno
Todos mentimos en algún que otro momento de nuestras vida, la sociedad en la que vivimos nos exige enredarnos en un juego de apariencias, en las que a veces es difícil no ocultar nuestras carencias o defectos y exagerar nuestras virtudes. Pretendemos así acercarnos a modelos de éxito donde la vanidad suele ir emparejada con el dinero y la prosperidad profesional. Pero lo que en nuestro caso no suele llegar más allá de mencionar algunas medias verdades o pequeñas mentiras, en el caso de los mentirosos compulsivos una mentira lleva forzosamente a otra, y del uso de los engaños se cae rápidamente en el abuso. Dice un dicho popular “se pilla antes a un mentiroso que a un cojo”, pues bien, en algunos casos habría que decir que hay virtuosos de la farsa que no son tan fáciles de pillar: Jean-Claude Romand sin duda fue uno de esos; llenó su vida de mentiras, y cada vez que decía una, ponía un nuevo ladrillo a su alrededor en una aterradora cárcel en la que se iba metiendo y de la que cada vez le sería más difícil salir. Imaginarse la vida de que Romand llevó durante tantos años, no deja de ser la compleja representación de una tortura lenta e inmutable, porque su increíble engaño no duró unas semanas o unos meses, lo inaudito del caso Romand es que el infierno en el que se convirtió la vida de Jean-Claude Romand se sostuvo durante dieciocho años. La mañana del 9 de enero de 1993, Jean-Claude Romand mató de un disparo primero a su esposa, después a sus dos hijos y finalmente a sus padres. Los mató porque ya no sabía como seguir mintiendo sin ser descubierto, y ante la inminente posibilidad de que su vida se derrumbara como un castillo de naipes, decidió asesinarlos para que nunca sufrieran la decepción de saberse engañados. Luego incendió la casa con la intención de suicidarse, pero el destino quiso que su suicidio quedase encuadrado en la categoría de tentativa y que la culpa le siguiese arrastrando durante el resto de sus días. El episodio conformaría uno de los casos de crónica negra que más eco haya tenido dentro de la prensa francesa, generando ríos de tinta y miles de lectores intentando asimilar uno de esos hechos que demuestran que la realidad supera a la ficción. Hasta los trágicos hechos, Jean Claude Romand era para su familia y amigos un prestigioso médico de 38 años, que trabajaba de profesor de investigación cardiológico para la Organización Mundial de la Salud. Cada día cogía el coche y se iba a su lugar de trabajo como cualquier padre de familia y por la noche volvía de nuevo a su casa donde le esperaban su mujer y sus hijos. Pero el asunto comienza a chirriar cuando a uno se le aclara que Romand nunca pasó del segundo año de la facultad de Medicina, y que por tanto nunca trabajó como médico para la OMS. Una mentira tras otra, y una incapacidad para enfrentarse con la verdad, le llevaron a mantener la más increíble de las imposturas. ¿Y de qué vivía entonces Romand si no trabajaba de médico? Durante dieciocho años Romand vivió del dinero “prestado” por sus familiares y amigos; conseguía ganarse la confianza entre sus círculos de conocidos mostrando buenos conocimientos sobre inversiones, y una vez lo lograba, les proponía guardar sus ahorros a rendimientos más que aceptables, para que pudiesen disfrutar de cómodas jubilaciones. Dinero que el utilizaba para continuar viviendo, y que le servía para ganar algo de tiempo en un reloj que siempre jugaba en su contra. El asunto tenía irremediablemente que explotarle un día u otro, y efectivamente así sucedió cuando algunos de sus amigos y familiares decidieron reclamarle esos ahorros para comprarse algún capricho o invertirlos en algún tipo de negocio. Jean Claude Romand carente del dinero con el que llevaba manteniendo a su familia se vio acorralado; cansado de dar múltiples excusas decidió terminar con la mentira esa fatídica mañana de 1993, en las que armado con una escopeta de caza asesinó a sus seres más queridos. Al igual que Capote mantuvo esa anómala relación con los asesinos de la familia de Clútter que le llevaría a escribir su consabido A sangre fría, el escritor Emmanuel Carrère mantuvo una correspondencia con el preso Jean Claude Romand que le llevó a escribir el que es su más conocido libro: El adversario. Un título que de alguna manera refleja esa extraña mezcla de complicidad y proximidad con el enemigo, pues como si de una partida de ajedrez se tratase, el contrincante se mantiene a apenas un metro de distancia, y sin embargo nunca podemos estar seguros de cuál será su próximo movimiento. Algo así hubiera sentido su esposa, si después de tantos años hubiera podido ver con los ojos de Wakefield un día de trabajo de su marido, verle subirse en el coche y verle a continuación parado en alguna área de servicio, sentado en su asiento con la mirada perdida esperando el lento paso de las horas. Hace un par de años se estrenó en el Festival de Cannes la película que lleva el mismo título que el libro, aunque la película pasase sin pena ni gloria por los cines españoles, habría que destacar el trabajo de su actor principal Daniel Auteuil, y la sutileza del hilo narrativo que perfila con bastante acierto el abismo al que Romand se veía abocado. Esta última versión fue rodada por la actriz y cineasta Nicole García, pero el caso Romand resulta tan perturbador que son otras también las películas se han inspirado en esos hechos, desde la adaptación española “La vida de nadie” rodada por Eduard Cortés y con José Coronado como protagonista; la también francesa “El empleo del tiempo” de Laurent Cantet, o la comedia de Chiqui Carabantes “Carlos contra el mundo”, donde si bien no es una adaptación fiel, si que encontramos múltiples referencias al caso Romand, pues narra una vida ficticia de un joven que para eludir las responsabilidades con las que le apremia su familia, se inventa un empleo y cada mañana sale desde su casa con traje dispuesto a cumplir una jornada laboral imaginaria. Vidas edificadas desde las mentiras, que destapan los interiores viciados de lo que Guy Debord denominó como La Sociedad del Espectáculo. Películas que reflejan ambientes asfixiantes porque son el puro reflejo de algunos de nuestros más temidos temores: el temor a perder un trabajo; el temor a convertirse en un paria ante el resto de la sociedad. Parece que irremediablemente nos movemos en una sociedad de apariencias, donde el mito de que la verdad no hará libres, sólo esta al alcance de unos pocos. Una sociedad donde el papel de los verdugos se confunde fácilmente con el de las víctimas. Oímos que tal persona defrauda al Estado y lo criticamos, y luego sólo hace falta que tengamos la oportunidad para que nosotros mismos nos transformemos en estafadores. Sea como sea, si de algo estoy seguro, es que tendremos que comenzar a acostumbrarnos a la aparición intermitente en las páginas de sucesos de otros casos como el de Jean Claude Romand. |